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La leucemia es un tipo de cáncer que se origina en la sangre o en los tejidos hematopoyéticos. Existen muchos tipos diferentes de leucemia y el tratamiento es diferente para cada uno de ellos. Las leucemias crónicas avanzan de manera más lenta que las leucemias agudas, pero también pueden ser potencialmente mortales.
A la leucemia mielógena crónica se la conoce comúnmente con la sigla LMC. Entre otros de los nombres que recibe, pueden mencionarse leucemia mieloide crónica, leucemia mielocítica crónica y leucemia granulocítica crónica.
La LMC es un cáncer de los glóbulos blancos. En la LMC, los hemoblastos, o glóbulos blancos inmaduros, se forman y se multiplican en forma incontrolable y desplazan a todos los demás tipos de células sanguíneas necesarias.
La LMC tiene diferentes fases de evolución. La fase en la que se encuentra la enfermedad es la que determina el tratamiento más adecuado. Las fases dependen de la cantidad de hemoblastos presentes e incluyen las siguientes: la fase crónica, la fase acelerada y la fase de crisis hemoblástica.
Es la primera fase de la LMC y el paciente puede o no presentar síntomas. Durante esta fase, los glóbulos blancos todavía pueden combatir las infecciones que atacan el organismo.
En esta fase, el recuento de glóbulos rojos es bajo, por lo que es posible que sufra anemia (carencia de hierro en la sangre). Los niveles de plaquetas, que son las células sanguíneas que intervienen en el proceso de coagulación, también disminuyen, lo que puede favorecer la formación de hematomas o las hemorragias. Aumenta la cantidad de hemoblastos. Una complicación bastante frecuente en esta instancia es la inflamación del bazo, que puede producir dolor de estómago.
Esta fase avanzada se caracteriza por una cantidad excesiva de hemoblastos. Los síntomas de esta fase son más graves y pueden ser mortales.
La LMC es causada por una mutación genética. Sin embargo, los médicos desconocen la causa de la mutación inicial.
En los seres humanos, existen 23 pares de cromosomas. En las personas con LMC, parte del cromosoma 9 se entremezcla con parte del cromosoma 22 (Mayo Clinic, 2010). El resultado es un cromosoma 22 corto y un cromosoma 9 excesivamente largo.
Según Mayo Clinic, el cromosoma 22 corto se denomina cromosoma Filadelfia y está presente en el 90 por ciento de los pacientes con LMC (Mayo Clinic, 2010). Luego, los genes de los cromosomas 9 y 22 se combinan y forman un gen llamado BCR-ABL que posibilita la multiplicación descontrolada de determinadas células sanguíneas, lo que causa la LMC.
Debido a que la LMC suele ser asintomática en sus primeros estadios, por lo general el cáncer se detecta durante un análisis de sangre de rutina. Cuando se manifiestan, los síntomas son generales y pueden ser los mismos de otras afecciones médicas. Entre ellos, se destacan los siguientes:
Si los análisis indican la posibilidad de un cáncer, se realiza una biopsia de médula ósea, mediante la cual se obtiene una muestra de médula que se envía al laboratorio para su análisis. Se introduce una aguja especial con una sonda, ya sea en el hueso ilíaco o en el esternón, y se aspira una cantidad muy pequeña de médula ósea.
Una vez confirmado el diagnóstico, se realizarán pruebas para explorar la magnitud de la enfermedad. Generalmente se solicitan análisis de sangre completos junto con pruebas genéticas de laboratorio. También pueden usarse pruebas de diagnóstico por imágenes, como resonancias magnéticas (RM), ecografías y tomografías computarizadas (TC) para determinar el alcance de la enfermedad.
Existen numerosos tratamientos contra la LMC. El tratamiento elegido dependerá del estado de salud del paciente y del avance de la enfermedad.
Por lo general, los tratamientos dirigidos constituyen el primer paso en el tratamiento contra la LMC. Se trata de medicamentos que atacan una parte específica de la célula cancerosa para destruirla. En el caso de la LMC, estos medicamentos, que incluyen imatinib, dasatinib o nilotinib, inhiben la proteína producida por el gen BCR-ABL. Son terapias nuevas que han demostrado ser altamente eficaces.
La quimioterapia consiste en administrar medicamentos que destruyen las células cancerosas. Estos medicamentos son sistémicos, lo que significa que circulan por todo el organismo a través del torrente sanguíneo; pueden administrarse por vía oral o intravenosa, según cada medicamento específico. Son un tratamiento frecuente contra el cáncer que conlleva efectos secundarios que pueden ser intensos.
Cuando los demás tratamientos son ineficaces, se recurre a un trasplante de médula ósea (también llamado trasplante de células madre de la sangre). Esto se debe a que se trata de un procedimiento riesgoso con grandes probabilidades de provocar efectos secundarios adversos. Este tipo de trasplante se complementa con quimioterapia para destruir las células cancerosas presentes en la médula ósea antes de infundir en la sangre las células sanas del donante que las reemplazarán. Los efectos secundarios de este procedimiento varían considerablemente, pero pueden incluir desde molestias leves como escalofríos y sofocos hasta complicaciones graves como anemia, infecciones y cataratas.
Consulte al médico acerca de las opciones de tratamiento más convenientes para usted y los efectos secundarios previstos.
Escrito por (en Inglés): Jaime Herndon
Revisado médicamente (en Inglés)
: George Krucik, MD